José Antonio Luengo Latorre. Psicólogo experto en actividad física y deporte
Si partimos de la base de que jugar al fútbol es una actividad física frecuente en la infancia y adolescencia (y también puede ser un deporte, más o menos organizado, estable y reglado), deberíamos entender, si tenemos la sensatez suficiente, que quienes facilitamos, y amparamos tal tipo de actividad para los chicos, a saber, nosotros, los adultos, en diferentes escenarios y con diferentes responsabilidades (padres, madres, entrenadores, maestros y profesores o profesionales de la actividad física y el deporte…) deberíamos cuidar especialmente, y mimar, que esta práctica deportiva fuera incuestionablemente saludable.
Saludable en el más amplio sentido de la palabra. Es decir, conveniente, beneficiosa, que ayudase a crecer de forma adecuada, que incorporase valores que edifican la mente, el corazón y el alma y te hacen sentir bien… Con los demás y contigo mismo.
Pasarlo bien y divertirse. Pero también verse beneficiados por los efectos fisiológicos de la actividad (mejora la forma y resistencia física, aumenta el tono y la fuerza muscular, reduce la sensación de cansancio y fatiga…; y también los mentales y psicológicos (sensación de bienestar general, mejora del autoconcepto y la autoestima, de la automotivación y la disciplina interna, disminuye la tensión y el estrés…). Y sociales (facilita el desarrollo de habilidades interpersonales, el trabajo en grupo, el compromiso compartido, la relación con los objetivos del colectivo…) Todo lo dicho parece cierto, al menos en la teoría. Y parece también suficientemente demostrado y documentado. Sin embargo, las evidencias y las experiencias del día a día de esta actividad tan aparentemente “sana” nos muestran una realidad inquietante cuando, entre todos, incluidos también los niños (y las niñas, que afortunadamente se van introduciendo en este deporte colectivo), sobre todo cuando la “vestimos” de competición y de “alarmante” y turbador “proyecto de futuro” para muchos padres y madres. Y también, debemos decirlo, para no pocos entrenadores o responsables de escuelas de fútbol o categorías inferiores de clubs.
Existen muchos riesgos cuando acabamos primando y priorizando el futuro y las imágenes, también futuras de “éxito” mediático, económico y social sobre el presente, sobre lo que hacemos hoy y cómo lo hacemos. Cuando anteponemos lo que puede ser o pasar a final de temporada, por ejemplo, o en unos años, a lo que importa aquí y ahora, que es y debe ser el disfrute y el crecimiento físico y psicológico, la construcción de la persona aprovechando la actividad física y el deporte, los valores del trabajo con otros, de la ilusión y la disciplina compartidas, saber ganar y perder con humildad, respeto, honestidad, discreción y tacto.
Pensar (y hacer pensar al niño o adolescente) casi exclusivamente en éxitos futuros como “fórmula mágica” para preparar lo mucho y bueno que ha de venir obstruye y entorpece la progresión del día a día, dificulta la lectura adecuada de cada experiencia, de cada momento, la escucha de las orientaciones, la interpretación de lo que hacemos cuando entrenamos, cuando seguimos las orientaciones de nuestros entrenadores y técnicos.
Los riesgos son, asimismo, crecer en el egoísmo, el individualismo; y en una concepción insana y perturbadora de lo que significa competir. Los riesgos se incrementan también con la aparición de la arrogancia, la presunción, el engreimiento, la inmodestia, la insolencia; en pensar que el yo, después yo y más adelante también yo. A veces provocamos esa manera de estar y ser en la vida nosotros, los adultos: con lo que decimos, con cómo nos comportamos en las gradas y el ejemplo que damos mientras presenciamos la competición o con los comentarios que hacemos antes y después de la misma…
Y existe un riesgo aún mayor, y más temible y alarmante. La banalización y “normalización” de la violencia verbal, a veces también de la física. Llegar a pensar que el insulto, el desprecio al otro, la vejación y la humillación forman parte de este juego. Y que tenemos derecho a ejercitarlas, como algo normal. Nada más lejos de que es necesario para crecer bien. Y ser buena gente. Todo un reto para ellos, los chicos (y las chicas) en el mundo de las escuelas de fútbol y del fútbol base. Y un reto para nosotros, los adultos, que configuramos la realidad con nuestro comportamiento, con nuestros pensamientos, con nuestro lenguaje.